En las pasadas fiestas de Santa, se me presentó la ocasión, y no siempre consigo escribir lo que quisiera, cuando empieza a agonizar el largo verano, he decidido volver a rebuscar entre mis notas, e ir dejando en el Blog algunos de mis apuntes, cuentos o historias.
Un jueves muy cercano, concretamente el día 22 de julio de este año, celebrábamos en Santa Anastasia el día de la patrona, la mañana había estado muy animada: Misa, vermut, comida familiar.....la siesta no se hizo esperar en casa de Apuntate, de repente comenzó a retumbar en mis oídos el sonido de la orquesta que estaba actuando en el Café-concierto, no hubo forma de conciliar el sueño y me dije: "Mejor me doy una vuelta al pueblo".
Comencé a caminar encontrándome en primer lugar con la Señora Carmen, "La Parrala", estaba sentada en su silla de ruedas junto al umbral de la puerta de su casa en la Ronda del Pirineo, ¡Que duro es envejecer!, pensé por unos momentos, mantuvimos una corta conversación a la que pronto se sumó el Sr. Jesús.
Seguí caminando, llegué a rozar con el pensamiento la escuela de mi niñez, al girar en la calle Vivero me encontré con el "Matachín", ahí estaba él, inmóvil, sentado en su vieja silla de anea, su chaqueta y su manta por encima de los hombros en plena canícula de julio, ¡Que triste es envejecer!, pensé por segunda vez en pocos minutos.
Mi siguiente encuentro, iba a ser con la señora Pilar, la de Recaj, estaba feliz en su sillón, tranquila, sonriente, su mente, era incapaz de pensar que dentro de dos días se casaba su nieta Bea, como cada día que tengo oportunidad de verla me comentó: "Te has engordao Jesús", "es la complisión", le conteste, además le dije: -Mañana hay vacas y churros, que alegría se dio, ¿de verdad?, insistió ella. -Si, Pilar, mañana le traigo unos churros; con que afecto me cogió la mano en señal de agradecimiento, por mi mente volvió a surgir el ¡Que duro es envejecer!.
Pero a veces resulta más duro saber que un día fuimos jóvenes, y no tanto porque, como dijera Manrique "Cualquier tiempo pasado fue mejor", sino más bien, porque a veces nos cuesta aceptar el joven que fuimos.
Cuando observamos una fotografía de las fiestas de nuestra juventud, nos incomoda ese espíritu atolondrado que gastábamos entonces, nos incomoda nuestra indumentaria, que ahora con el paso de los años nos parece ridícula o estrambótica, nos incomoda esa sonrisa delatora que lanzamos a la cámara, incluso esa sensación de incomodidad se agrava, si en la fotografía aparecemos al lado de personas, que ahora ya no están entre nosotros, algunas, nos dijeron adiós, otras, han traicionado nuestra amistad, otras, simplemente han desaparecido de nuestras vidas, sin recordar ni siquiera como se llaman o llamaban.
Más de una vez nos hubiese gustado someter esa fotografía a un proceso de Photoshop, o que por arte de magia, los seres queridos que se fueron, apareciesen en la misma, posando a nuestro lado, brindándonos de nuevo su aliento, tendiéndonos esa mano, que en la fotografía aún se muestra vigorosa y resuelta.
Cuanto me gustaría, que aquellas viejas pasiones que la fotografía perpetúa, convertidas ahora en ceniza, volviesen a llamear como antaño, por ello pienso, que lo peor de envejecer, es saber, que un día fuimos jóvenes, dicho de otra manera, que fuimos otros, y que hubo una edad, en que ese "ser otros", era la única forma de de ser en el mundo, nos creíamos invulnerables y eternos.
El camino me llevó al encuentro de la suegra de Félix Ruiz, permanecía sentada, con su eterno silencio, con el mismo silencio que la observo cada vez que doy la vuelta al pueblo, junto a ella, la señora Lucia, "la Forcada", su mano más temblona que cuando pintó los bonitos cuadros que decoran su casa, volví a sentir la misma sensación de incomodidad, que cualquier persona experimentaría delante de una fotografía de su juventud, la misma que sentía el joven agricultor, que comenzó a aprender una profesión, aquellos días, cuando mi madre, me dejaba colocar mis primeras hojas de remolacha en el montón para que no se helasen, como si de un juego se tratara, cuando mi padre, me dejaba llevar la caballería del ramal, o "conducir" desde el pescante del remolque a nuestra yegua "Princesa", como cualquier jinete del lejano oeste, asuntos, que ahora juzgaríamos cursis u horteras.
Esa insensatez, propia del agricultor bisoño, que no distinguía entre un bravan o un arado, la frescura, e inconsciencia de esos días pasaron por mi mente, mientras continuaba paseando a la sombra de los plataneros de la calle del Cierzo, recuerdos de aquel chaval de siete, ocho, nueve años........con una vocación desconocida, arriesgada y dura que hoy está a punto de desaparecer.
A la altura de la calle Corta, mis recuerdos siempre son más emotivos, recordé a todos mis vecinos aquellas mañanas, que desde mi cama escuchaba el trajín de caballerías, remolques, canciones, juramentos ante el mínimo espanto de cualquier animal.....me entraron muchas dudas, si de verdad quería volver a ser aprendiz de agricultor...o no serlo nunca, o tal vez volver a ser quien colocaba las hojas de remolacha como un juego, o soñaba galopar como un pistolero encorriendo a los indios.....o volver a ser aquel "otro" de la fotografía que entonces se creía invulnerable y eterno.
Y es que, mucho más duro que envejecer, resulta saber que un día fuimos jóvenes.
Jo Jesus ¡¡¡¡¡
ResponderEliminar¡Que foto ¡ ¿Que duro embejecer dices? yo creo que es mas duro no llegar.Cuantos de esta foto podian estar aun aqui sentadicos en sus puertas?
Que tiempos que nunca volveran, ¡¡ pero que podian volver¡¡.