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viernes, 8 de octubre de 2010

LLEGO EL 9 DE OCTUBRE


De mi niñez y de mi adolescencia tengo muchos recuerdos. La mayoría de ellos son buenos, o al menos, así lo creo yo.

Es curiosa la facultad del cerebro de conservar aquellos recuerdos que nos agradan y olvidar los que nos desagradan. Algunos de estos recuerdos, cuando fluyen en mi memoria, me gusta recordarlos  para contar hechos pasados, con el único objetivo de dejar un recuerdo, para luego revivirlos y esbozar una sonrisa o sentir tristeza y nostalgia.

Quizás sea útil para quienes sientan o vivan algo parecido a lo que me sucede a mí. Por ello, sólo dejo que mis dedos se muevan por el teclado y dejo fluir mis pensamientos.

Recuerdos, que repasamos, cuando nos juntamos los amigos, bien sea en las calurosas tardes de verano o cuando los plataneros empiezan a desprenderse de sus hojas anunciando el otoño. O bien en las frías tardes de invierno, tomando unas cervezas….pasan por nuestras mentes hechos relevantes que habíamos olvidado y nos acercan a esas épocas pasadas, que por nuestro fuero interno las recordamos como si fuesen de “ayer mismo”.

Se acerca el 9 de octubre, fecha memorable para los primeros pobladores, ya que ese día celebrábamos la festividad de nuestra patrona en Santa Anastasia.

Siento una sana envidia, cuando observo y veo que en nuestros pueblos vecinos, recuperan las pequeñas tradiciones perdidas.

Cualquier motivo es suficiente para mantener viva la llama del recuerdo que dejaron nuestros padres, pero escribir aquí lo que pienso y siento, podría herir alguna susceptibilidad  y el valor de los sentimientos no tiene medida.

García Loca, escribía que “Toda mi infancia es pueblo”,  se quejaba de haber sido arrancado de su pueblo: “Por qué me trajiste, padre, a la ciudad”. Añorando las sensaciones violeta, las fragancias azules, las noches estrelladas, el mar en calma de su infancia.

En todos mis escritos, relato la vida sencilla de los pueblos, de mi pueblo y aunque no tengo el privilegio de vivir en él, busco las huellas de mi infancia y adolescencia, busco incansablemente mis raíces, que me llegan impregnadas de aromas, de paisajes, de tardes jugando hasta la puesta del Sol, de sueños, de recuerdos.

Siempre volviendo a los olores de mi infancia, recuerdo el olor de los rastrojos quemados por el sol, al carrizo de La Val, al jabón de tajo de mi madre, a las rosas que recogíamos para adornar a la Virgen en el mes de mayo.

También me vienen al alma, como canción de cuna, rumores de la infancia, recuerdos de los seres que ya no están, el aire de los campos golpea  mi silencio y por más que pasen los años, no dejo de recordarlos.

Buenos recuerdos de aquellos años: el escenario del baile, debajo de la ventana del bar, la retirada del abono en el almacén de la hermandad, la ropa de domingo, el pollo guisado, la llegada de nuestros familiares, los preparativos de la peña “Los Invasores”, la procesión donde los vecinos que participan en ella, acudían con gran devoción, para honrar a nuestra patrona.

Recuerdo cuando fui monaguillo. En aquellos años, vestíamos el hábito. Era rojo y cuando te lo enfundabas, era como si fueses otra persona diferente, te cambiaba el “chip” y te movías por el altar y en la procesión, como un actor en su escenario de teatro. Con seguridad, haciendo tu papel, recuerdo que me gustaba y lo pasábamos bien; y detrás, el pueblo, arropando la imagen de la Santa, el cura, el Sr. José el alcalde,  la Guardia Civil, los Ingenieros y la banda de música de Villamayor o los Diablos Blancos cerrando la comitiva, con sus piezas musicales, lanzadas al viento, en armónicos acordes.

También acompañaba a la comitiva, lo mejor de la colonización: nuestros padres y alguna madre, la mayoría de ellos nos dijeron adiós, pero estén donde estén, sonreirán al leer estas líneas y recordar aquellos años cuando eran partícipes de la fiesta.

Y los bailes, esos primeros bailes, en la plaza o en el almacén de la Hermandad (la mano del hombre, no impedirá que sigamos llamándole La Hermandad”), donde los niños, como ha sido siempre, jugábamos y bailábamos, donde otros lo bailaban todo, mientras los demás les miraban, sonreirán y sobre todo, les envidiaban.

¡Cómo nos hubieses gustado tener edad y no tener vergüenza y bailar y disfrutar toda la noche!

De pronto, el cantante, pronuncia unas palabras mágicas, “viva el pasodoble español” y como impulsados por una fuerza interior, todo el mundo se lanzaba en busca de su pareja y se ponían a bailar, era la magia del pasodoble… entre tanta alegría y celebración……. esas eran las fiestas de mi pueblo, Santa Anastasia, al que quiero y admiro; dónde llegué siendo un niño, dónde me hice joven y hombre, dónde algún día, espero sea lejano, descansar en paz, de la dura vida.

Las fiestas de mi pueblo, que como habéis podido comprobar, no eran diferentes a las de otros pueblos; pero, sí que eran diferentes en algo, “la esencia”, porque, “la esencia”, son las personas y en cada lugar, somos un poquito “diferentes” y eso nos hace ser, un poquito “especiales” en cada pueblo.

Otro 9 de octubre, quizá unos cuantos volvamos a decir: Te acuerdas aquel año que………..

Los mayores de Santa, si recordarán la fiesta, juntándose a comer, tras asistir a la misa, actos organizados por la Junta de Mayores, a vivir que son dos días.



2 comentarios:

  1. Gracias Jesús por deleitarnos, con tus pequeñas historias y que en cierto punto, son historias de todos.

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  2. Tiempos que se sienten con nostalgia pero que ya no volverán.

    Los tiempos cambian y las personas también; ésta es una realidad del día a día.

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