
Verano de 1959, mi madre nos vestía conjuntados
“Quiero que estas líneas se conviertan en un pequeño homenaje para todos los padres, pero en especial, para Jesús Lasobras e Isabel Pina, mis padres, porque hoy, 25 de septiembre, hace 50 años que lo abandonaron todo, para ir a vivir a un nuevo pueblo llamado SANTA ANASTASIA”
Hoy es el gran día.
Mi madre se ha pasado toda la noche llorando, y mi padre consolándola. Llora no sólo por abandonar su casa del barrio de las Eras en Ejea, - cuánto esfuerzo os costó levantarla con vuestras propias manos -, sino porque abandona a sus vecinas, a sus familiares, a sus amigos, y algo muy importante, abandona la idea de marcharse a vivir a Barcelona con sus padres y hermanos.
Muy temprano, mi hermana Conchita y yo atendemos a las explicaciones de mis padres. Nosotros estamos un poco aturdidos y despistados. ¿Dónde vamos? Nos vamos a vivir a Santa Anastasia, han pasado las fiestas de Ejea y tenemos que irnos, ya no podemos esperar más.
No va a ser un viaje como otras veces. Esta vez tenemos rumbo fijo a un destino elegido por el azar, un viaje que anteriormente han realizado otras familias, desde Ejea, Ibdes, Nuévalos, Rivas…. y bastantes van a emprender el mismo viaje dentro de pocos días.
Viernes, 25 de septiembre de 1959. Mi padre, ha salido un poco antes en un tractor y un remolque con los enseres, - que por aquellas fechas supongo no serían muchos -. Después, en otro tractor y remolque conducido por Alfonso Barrena, que va a trabajar a los pueblos, vamos nosotros: mi madre, mi hermana Conchita y yo.
Mi madre, cierra la puerta, y se sienta en el pescante. Ella sigue llorando y mira, en silencio, por última vez su casa vacía de las Eras. ¡Qué desolación! ¡Adiós vecinas, adiós familia! Hasta siempre. No sé si la decisión es buena o mala, pero es lo que hay. Me voy muy triste y apenada. Ojalá no me arrepienta nunca. - pasado el tiempo nunca observé arrepentimiento por parte de mis padres -.
¿Qué le pasa a mi madre por la cabeza en el viaje hacia Santa Anastasia? ¿Cómo se siente? - yo nunca le pregunté esto, en voz alta, a mi madre. No sé si porque veía normal nuestra marcha a Santa Anastasia o por miedo a escuchar su respuesta.
No hablamos mucho durante el viaje, por momentos parece que estamos allí, sentados por compromiso, sin saber que está sucediendo en nuestras vidas.
No puedo dejar de mirar a mi madre, desde su regazo puedo ver su rostro algo triste y acongojado, la mirada algo perdida…. pero yo veo al ser más bello de mi pequeño universo. Ella no le quita la mirada a su hija Conchita, piensa que en alguno de esos baches, se va a soltar el tractor y el remolque, continuando cada uno por su lado.
Cada vez que puedo, levanto la mirada directamente hacia su rostro, que me sigue pareciendo perfecto, sus gestos hacen sentirme en el cielo.
Pero no sólo mi madre y yo tenemos esas miradas de complicidad. Cada familia tiene su aventura, su sueño, su ángel…….Mi padre, demasiado tiene el pobre con preparar el traslado y seguir trabajando en Alpuema. Muchos padres están pasando por la misma situación que el mío.
Mi madre me lleva rebozado con un viejo tabardo de mi padre y envuelto en una toquilla, no quiere que se resfríe su hijico, al que tanto mima. Mi hermana Conchita, en el otro tractor, también va muy abrigada, mi madre tampoco quiere que caiga enferma.
Ya llevamos un buen rato en el remolque, supongo que llegaremos pronto a Santa Anastasia. Aún no hemos llegado y ya me siento diferente, ya no están mis abuelos Luciano y Matea, ni mis primos Eduardo y Angelito, ni mis amigos. Acabo de llegar y ya los echo de menos. ¡Que suerte!, voy a ver a mi tío Pedro “El guardia”, mi tía María, Avelin, Mª Jesús y Angelito.
Las calles, las casas, las aceras, las plazas, los árboles e incluso el aire..............todo, todo es diferente del barrio de las Eras.
Nos espera mi padre. Está con Eusebio “Muermo”, intentando subir una armario a las habitaciones de arriba. ¡Vaya, no cabe! y lo dejan en el cuartico de abajo. Entramos a nuestra casa, pero si es un palacio; pero si tiene agua ¡qué bien mi madre ya no tiene que ir al lavadero a lavar la ropa, ni a buscar agua a la fuente para beber!, ¡anda, sino sale agua!, no os preocupéis, tarde o temprano llegará; pero si tenemos una habitación para cada uno, - mamá yo quiero esta habitación que desde aquí se ve el reloj de la torre de la Iglesia; pero si tiene retrete.
¿Y mi hermana Conchita? Ella está enmudecida, no sé si por la impresión de ver una casa tan grande o porque siente miedo ante lo desconocido y eso que ya vive en el pueblo una de sus mejores amigas, nuestra prima Mª Jesús. - Mi hermana Oli era diferente, más habladora, más marimandona, pero estaba en Barcelona. Estoy seguro de que si hubiese estado en la casa no me hubiese dejado elegir la habitación que daba a la calle. ¡Los empujones que me daba, en Ejea, bajando la cuesta para no llegar tarde a la escuela! -
Aquí no conocemos a nadie ¿qué va a ser de nosotros y de nuestros padres?
- Ya estás llevando a los chicos a la escuela, que hay maestros, le dijo la Felisa a mi madre.
- ¿Con esta agua que cae?, ni loca.
- Cogemos un paraguas cada una y los llevamos.
Yo me agarro muy fuerte a la mano de mi madre. ¿Y esta señora quién es? Esta señora tan lanzada, iba a ser nuestra vecina para toda la vida.
En la escuela me siento al lado de Domingo Choliz, cerca de Alfonso Barrena, de Angel Pérez, de Fernando Ladrero, de Ramón Villanueva, de Julito Rebollo…….. y no deja de llover.
Son nuevos compañeros, que pronto se convertirían en amigos. Nuevo maestro que durante cuatro años sería mi profesor. En la nueva escuela se respira un aire con sabor a nuevo, nuevos momentos, no sólo para mí, sino para ese grupo de chavales que poco a poco vamos a llenar los pupitres, el aula y el recreo.
Mientras en casa, mi madre saca, con un cariño especial, la vajilla que ha traído desde Ejea en unos canastos. Como si fuese un tesoro va colocando cada pieza en el armario, que mi padre le ha comprado en el Palacio del Mueble. Cada taza, cada plato, cada vaso le trae un recuerdo.
La ropa que lleva en un baúl, la saca con el mismo ritual que las vajillas. Cada sábana, cada toalla, cada prenda de sus hijos, de ella o de su marido las mima antes de colocarla en el armario.
- Jesús, hay que encender la cocinilla para hacer la comida.
- Espera, estoy acabando de soltar las gallinas.
A la una, mi hermana Conchita y yo, volvemos a casa de la escuela. Mi hermana cabizbaja, la noto algo triste y yo muy contento de ir a la escuela. Siempre me habían gustado los libros.
¡Ummmm cómo huele al llegar a casa! Sopa de estrellas y pollo que había matado, mi madre, el día anterior en Ejea, de los criados para las fiestas. Han sobrado unos cuántos y uno acaba en la sopera. Las gallinas y pollos dan cuenta de las hierbas que, en gran cantidad, hay en el corral.
Por la tarde, no vamos a la escuela, las velas y el candil están preparados para pasar la primera noche en Santa Anastasia. Los dos hermanos queremos ayudar a colocar las cosas, pero no nos dejan.
He observado varias veces la cuadra, el granero, las habitaciones, el retrete, el cuartico, la cocina…….. Saboreo cada una de las cosas que voy descubriendo, - Conchita mira, mamá mira, papá mira…….. Desde mi ventana observo con paciencia que pase alguien por la calle, aunque en realidad veo el infinito, más allá de toda frontera que se le pueda poner a mi imaginación…..con ella atravieso mares, montañas, países.
Desde la ventana, tengo todo el tiempo del mundo para soñar, para alimentar mis deseos y así en un futuro poder llegar a ellos, abro los ojos….la casa de Castro, de la María la Riverana, la torre de la Iglesia, pero nadie me va a arrebatar mis sueños, los mismos sueños que tiene cualquier recién llegado a un nuevo pueblo.
Por la noche dormimos en un colchón, en el comedor, mi madre, mi padre y yo. Mi hermana Conchita se ha ido a dormir a casa de mi tío Pedro “El Guardia”, pero sólo hasta las 12 de noche. Hay luna llena y mi tío tiene que traer a mi hermana a nuestra casa porque no para de llorar. Es la primera vez que duerme sin sus padres, sin su hermano, en una casa diferente y ella tiene mucho miedo. Quiere venir a dormir a nuestra casa y sentir cerca a mis padres, ¡tan solo tiene 9 años! Hoy dormimos los cuatro juntos, me siento feliz, pero también añoro ciertas cosas.
Cuando mi madre, apaga la vela, cierro los ojos para disfrutar al máximo de mi mundo de fantasía, irreal pero perfecto al mismo tiempo. Todos los habitantes del nuevo pueblo son felices. A mi imaginación le crecen alas y me invita a soñar despierto ¡Que sensación tan maravillosa!
- Jesús, ¿Ya te has olvidado de tus abuelos, de tus primos, de tus vecinos, de tu colegio, de tu esbalizaculos de las Eras…? pero ya duermo plácidamente.
Cuando me despierto la luz entra por la ventana, es sábado y no hay escuela….vaya sueño que he tenido mamá. – Cuéntamelo hijo:
- Estaba flotando en una nube, habíamos venido a un pueblo nuevo, oculto para muchos, conocido por pocos.
- Hijo no me vengas con fantasías.
- Si mamá, un destino sin dirección, todas las calles parecían iguales, con entrada libre para todos aquellos que querían construir un pueblo, hacer un pueblo, trabajar, verlo nacer, verlo crecer, disfrutarlo, sufrirlo…….todos habíamos llegado a este mágico sitio con un sueño, con una meta, todos caminábamos hacía ellas.
- ¡Despierta hijo!, tú confundes el dormir soñando, con el soñar despierto…. ¡Anda! y si eso fuese algún día realidad.
- No mamá, de verdad fue un sueño, o tal vez he soñado despierto, tengo siete años a punto de cumplir ocho, ¡Uhhhhh!, no se lo que digo.
A mis padres, a vuestros padres, toda esa historia les parecía una locura, pero también soñaban despiertos. Ellos también se liberaban por un momento de sus ocupaciones y al igual que me había pasado a mí aquella primera noche en Santa Anastasia, comenzaban a vivir la magia de los sueños.
Sábado, 26 de septiembre de 1959. Mi abuelo Luciano llega a Santa Anastasia, va a organizar la recolección del maíz que había sembrado Colonización.
Lunes 28. Mi padre, se va a Ejea a trabajar en Alpuema. Mi madre sigue organizando la casa y conociendo a sus vecinas. Mi hermana Oli, está en Barcelona ¡Cuánto te echábamos de menos! El resto continúa haciendo pueblo.
Hoy no puedo contener las lágrimas acordándome de esos momentos y de esos cientos y cientos de colonos, hijos de colonos, padres de colonos, del Bayo, Bardenas y Santa Anastasia, que pasaron por lo mismo que nosotros. Hoy, podemos presumir de ser de los pocos afortunados que hemos visto nacer un pueblo.

La familia al completo, unos años más tarde